La pasión turca
Antes de nada, quien espere un relato cultural mejor que busque un libro de historia que seguro le sirve más que leerme. Avisados estáis.
Son las 12:00 del 14 de noviembre y casi me he despedido de toda la gente. ¡Hale! Hacia el aeropuerto; algún malentendido con el personal de Pegasus Airlines y camino de Estambul.
Desde que subí al avión hasta prácticamente el aterrizaje en la antigua Constantinopla me he pasado el viaje leyendo mi guía sobre Turquía y tomando notas. Ni un mísero vaso de agua han repartido los de la RyanAir de turno. Eso sí, ojalá funcionara igual de bien la compañía irlandesa.
Aterricé en Estambul pocos minutos después de las 19:30 tras casi cuatro horas de viaje y ya estaba mentalizado del largo trayecto que me esperaba hasta el centro turístico de la capital turca. ¡Vaya cola al llegar al control del pasaporte! Después de 20 minutos me di cuenta que necesitaba un visado y que no lo tenía. Tuve que salir de la cola e ir a pedirlo a otra ventanilla. Ni me miraron a la cara, pidieron mi pasaporte y 25 €; en ese momento ya cumplía los requisitos para poder poner un pie en suelo otomano.
Al volver al control de pasaportes no iba volver a ponerme al final de la cola otra vez. En ese momento afloró la vena latina y me colé casi donde había dejado mi hueco 5 minutos antes. Pasé el control de pasaporte, recogí mi equipaje, saqué un poco de dinero para intentar pasar los próximos nueve días y salí a la calle.
Ya me encontraba en la calle, frente al aeropuerto Sabiha Gökcen, a 50 km de distancia del centro de Estambul (es lo que tiene el viajar en aerolíneas de «bajo coste») y me tocaba buscar la salida del suttle que me llevara a la plaza Taksim. En la cola del suttle alguien me preguntó si estaba haciendo cola para el bus dirección Taksim; tras el «I hope» vi su reacción y por solo confirmarlo le pregunté de donde es y su «Aim from Espein» confirmó mi sospecha (aunque de sospecha tenía muy poco). Nos hicimos amiguetes y charlamos durante la hora de trayecto entre el aeropuerto y la plaza en la ciudad nueva. Resultó ser un maratoniano que venía a correr su 35º maratón, impresionante. Al poco de venderle la San Silvestre Crevillentina llegamos a la plaza Taksim y decidimos compartir un taxi ya que los dos nos alojábamos en hostales situados en Sultanahmet. Yo tenía mi ruta preparada para ir en tranvía, pero por no ir solo decidí aceptar la propuesta y tomamos uno de los muchos taxis que hay en la parada frente al Point Hotel.
Había leído sobre el peculiar estilo de conducción de los estambulitas y el taxista no defraudó en absoluto, es más, lo superó con creces. De repente, algo gris se aproximó por la izquierda… ¡Zas! Reventó a un perro y el can, en forma de último acto en este mundo, destrozó toda la parte delantera del coche hasta el punto de tener que recoger medio parachoques que iba arrastrando junto con la matrícula. Cualquiera que haya estado en Estambul quedaría impresionado del tamaño de los perros callejeros que hay por casi toda la ciudad. Llegamos a la plaza de Sultanahmet, nos indicó la dirección que cada uno tenía que tomar y nos despedimos. Aún tengo que buscar a un español que terminara la maratón sobre las tres horas y veinticinco minutos. (En Junio de 2020, cuando paso estas notas a la web lo sigo teniendo pendiente)
Con muchísimo retraso, sobre las once de la noche, llegué a mi hostal; entré al lobby algo nervioso mirando a todos lados y no encontré a nadie. Hice el check-in de la habitación y acto seguido pedí la contraseña de la WIFI para poder dar señales de vida a la gente que me pidió que lo hiciera. Me comentaron que la conexión no estaba disponible en las habitaciones así que tomé asiento y avisé a Funda.
Funda Tabak, aquella chica que conocí una noche hace más de siete años en un bar de New York y con la que sólo había tenido relación de vez en cuando por Facebook y Whatsapp se ofreció a acompañarme en mis primeras horas en Estambul. Yo al menos no tenía muy claro cómo reaccionar pero al volver al hall del hostal y vernos nos fundimos en un emotivo abrazo; así que esos nervios por ver como se reencuentran dos personas se fueron de inmediato. A la española o a la turca, lo mismo es. Además, si aciertas con el detalle mucho mejor.
¿De qué hablar en esta situación? Pues muy fácil, “¿qué has hecho en los últimos siete años?” Hablamos y hablamos mientras buscábamos algún sitio para poder cenar algo, ya que desde que llegué al aeropuerto Adolfo Suárez no había vuelto a comer. Después de vacilar un poco sobre dónde comer nos sentamos a cenar en un restaurante de típica comida turca donde sólo comí yo y además me invitaron. Todo un lujo; lugar y compañía perfecta en el momento adecuado.
Nos desplazamos a Taksim, donde había estado un par de horas antes, y de ahí a la zona joven y de copas de Beyoglu. Bares, cerveza y muy buena compañía; ¿estaba en Estambul o en Madrid?. Entre las jarras de cerveza Efes y las charlas sobre los típicos y tópicos españoles y turcos llegaron Betül y Recep y no cambió nada; continuamos con las jarras de cerveza y charlando.
Cerca de cumplirse mi 22ª hora continuada sin descansar comenzó la retirada y los encantadores Betül y Recep me acercaron al hostal. Una vez en la puerta del Cordial House y justo después de despedirme de las señoritas y el caballero recibí una nueva y emocionante propuesta:
– ¿Quieres venir a desayunar con nosotros?.
Hace mucho que nadie me proponía desayunar; acepté sin vacilar ni un segundo y muy emocionado por esa nueva experiencia que iba a tener unas horas después.
Unos segundos después ya estaba en mi habitación, móvil cargando y dispuesto a descansar unas cuatro horas.
A dormir.