Alentejo y Extremadura. Badajoz a Mérida
Capítulo 5. De Badajoz a Mérida
No ha sido mi sueño más reparador. Nada que ver el hotel con el de anoche en Serpa. Nos acicalamos, montamos las maletas y dejamos la habitación en torno a las 10:00 de la mañana. Sabrina se quedará en el garaje del hotel hasta que volvamos a por ella.
Ha amanecido un día espléndido, ni rastro de nubes. Por fin nos acompaña el tiempo en plenitud. La ciudad aún está amaneciendo. Muchos de los pacenses están ayudando a preparar a las procesiones de Semana Santa. No sé si han tenido procesiones previas, supongo que sí, pero al menos hoy se espera un gran acontecimiento. Todas las parroquias por las que pasamos tienen su alboroto.
El tema de la Semana Santa en Portugal nos llamó la atención. En ningún momento vimos ninguna referencia, por el tiempo que tuvimos podríamos haber dicho que era octubre. No esperaba la parafernalia que montamos en España, pero sí tenía curiosidad por ver algo de su Semana Santa. Pues no vi absolutamente nada. Aquí, en Badajoz, vemos hasta los escaparates de las tiendas con maquetas de sus pasos con su Cristo y/o su Virgen. Debe haber algún concurso, son muchos los escaparates que vemos así. Es curioso, pero en Cáceres vimos una exposición de pasos de Semana Santa realizados con piezas de Playmobil, estos escaparates podrían estar en la exposición; algunos de ellos son espectaculares.
Bajamos a la ladera del río Guadiana hasta llega la Puerta de Palmas, admiramos el puente del mismo nombre y continuamos caminando por el paseo fluvial en la ladera izquierda del río. ¡Cómo echábamos de menos pasear al sol!
Nos adentramos en la ciudad y disfrutamos de la Plaza de San Francisco y de algunas de las representaciones de hechos históricos que hay en los respaldos de azulejo de los bancos.

Llegamos a la Catedral de San Juan Bautista, toda la plaza está repleta de sillas. Se está preparando para las procesiones. Quería estar a verla, pero no fue posible por el mismo motivo.
Continuamos por la Calle San Juan y llegamos hasta La Plaza Alta, que podría llamarse casi la Plaza Roja, por las Casas Coloradas que allí se encuentran. Es una plaza pintoresca y tiene su encanto. Entonces, llegamos al recinto de la Alcazaba y Castillo. Me encantó su visita. Me ayudé de Google Maps para leer en cada uno de los muchos elementos que lo componen. Además, podemos encontrar el Museo Arqueológico provincial. Es de visita gratuita y merece mucho la pena. A la salida continuamos por la Alcazaba.


Se nos hicieron las 14:00 horas y seguíamos por ahí. Pero claro… a la hora de comer se come. Buscamos un bar que me habían recomendado en el hotel para ir a almorzar. Hay muchos por la zona y la verdad es que acertamos con el nuestro. Un par de cervezas frescas sentaron de lujo. Luego fuimos poco a poco deshaciendo el camino hasta llegar al hotel.
Nos pusimos la chaqueta de montar en moto y continuamos el camino.
Badajoz no estaba en mi ruta, llegamos por casualidad. Nunca había escuchado a nadie recomendar la visita y es por eso que llegué sin ninguna expectativa. Así hay que llegar a los sitios; de ese modo salí encantado con la ciudad. Es cierto que el sol y la temperatura nos pone de mejor humor y nos ayuda (sobre todo a los que somos del Levante español). No sé, puede que fuera la unión de varios factores, pero la realidad es que me gustó mucho la visita de Badajoz, cuando vuelva por la zona seguro que le dedico otra.
Salimos por el Sur de la ciudad y tomamos la EX-107; tras recorrer 27 kilómetros llegamos a Olivenza.
Olivenza sí estaba en mi ruta. Es el típico pueblo encalado, con calles estrechas que buscan hacer sombra por la que pasear.
Llegamos con toda la solana de la sobremesa e intentamos visitar alguno de sus atractivos, como la Parroquia de Santa María del Castillo o la Torre del Homenaje, pero estaban cerrados; de modo que hicimos lo que se hace en estas ocasiones, pasear por calles vacías en busca de un bar.
Al pasear, te das cuenta de que las calles tienen dos nombres; el nombre actual y el nombre pasado, de cuando la villa fue portuguesa.

Es algo curioso, pero que si lo piensas, tiene su sentido como homenaje a su propio pasado. Esto lo conocía, como también sabía lo de que los oliventinos tienen derecho a la doble nacionalidad española-portuguesa pero más tarde sabré que no todo es tan sencillo como parece.
Visitamos la plaza de Toros, algo que yo sin ser taurino hago casi en cualquier pueblo que tiene alguna plaza más o menos coqueta. En los alrededores me encontré con este mural que siempre llama la atención allá donde se ve. Normalmente escondido en alguna calle de algún pequeño pueblo agrícola.

En la primera y genuina ruta de Lectores de Miquel Silvestre hablamos de ellos. Tengo varios en mente, pero ahora sólo recuerdo con exactitud otro en el pueblo de Tobarra, por el que paso de vez en cuando en algún trayecto de Madrid al Levante y no voy por la autovía.
Finalmente llegamos a la Plaza de España y nos sentamos en la terraza de uno de los bares, junto a una mesita dónde daba la sombra de las palmeras que tanto me recuerdan a mi tierra. Pedimos un descafeinado con leche para mi madre y un sólo para mí; además le pido el dulce típico, pero me dice que no lo tiene, que puedo ir a comprarle a la mejor pastelería del pueblo y que me lo tome mientras degusto el café.
No sé por qué, pero aquí está mejor el café. ¿Será algún atractivo portugués que no sabemos identificar?, ¿Por qué si me separo unos kilómetros más el café vuelve a saber a rayos requemados?
El caso es que seguí sus indicaciones para llegar a la pastelería Casa Fuentes y allí lo tenían expuesto por cualquier rincón del mostrador. Técula Mécula. Nadie sabe de dónde viene, pero está bueno y dulce de narices. Compré un par de porciones para quitarnos el deseo y volví a la terraza del bar donde estaba mi madre atendiendo sus quehaceres del WhatsApp; claro, había estado unos días sin poder usarlo por algún problema con su compañía y el roaming. Tenía que recuperar el tiempo perdido; o perder el tiempo que había recuperado durante el viaje, no lo tengo muy claro aún.
Volvimos para la zona de la alcazaba para visitarla. Tienen un museo etnológico dentro del castillo. Entre la parroquia y el castillo había un seto con una planta y estaba cercado con la típica cinta de la policía. Se había producido un crimen. Bueno, más bien se iba a producir. Dos aplicadísimos policías locales estaban situados en cada una de las dos entradas a la plaza. A la sombra, claro. De ahí avisaban a los viandantes que había un panal de avispas en el seto y que se iba a fumigar para aniquilarlo. Lo que haría que por algunos minutos estuvieran furiosas y envistieran más que un Miura.
– ¿A dónde van?
– A la parroquia.
– ¿Ve ese seto? Tiene un panal con avispas asesinas.
– ¿Entonces?
– Usted verá, pero le pueden picar.
Ante esa conversación no puedes hacer otra cosa que quedarte dónde estás y ver como el operario del ayuntamiento comienza la acción.
Van pasando los minutos y mientras Manolo, no mejor Benito,… mientras Benito realizaba las acciones pertinentes se acercó un paisano, de avanzada edad y sordo, que pretendía pasar por el mismo lugar que nosotros.
– ¿A dónde va? – Le preguntó el policía municipal.
– Vengo de comer de casa de mi hija.
– Sí, pero ¿a dónde va usted?
(…)
– Aquí el señor le contó una historia que ahora no recuerdo, pero no le contestó a la pregunta y se alargó al menos dos minutos.
– Hay un panal y ahora es peligroso pasar por ahí.
– En la huerta… . – Continuó con otra historia.
– Ahhh, muy bien. – Dijo el policía que no había atendido a nada de lo que el señor mayor había dicho.
El paisano se cansó de “conversar” con el policía municipal y siguió su camino. Pasó por donde debe pasar todos los días y ningún bicho volador le atacó ni le robó la cartera. Viendo la actitud del señor hicimos el mismo camino y entramos en la parroquia.
Aún, mientras redacto estas líneas, pienso en qué hacía o tenía que hacer ese agente de la ley y el orden.
En la parroquia nos encontramos con la señora que atiende a las visitas. Una dicharachera y amable señora que nos da una interesante charla sobre el lugar en el que estamos.

El retablo del altar es bonito, pero lo que me llamó realmente la atención es el árbol de Jesé.

Durante la amena charla con la señora, de la que por desgracia no recuerdo su nombre, me hice el listillo y le pregunté sobre lo que había leído de que los oliventinos tienen la posibilidad de tener la doble nacionalidad. Me dijo que en teoría así es, pero que en la práctica es un tema burocrático cargado de papeles y tasas tanto en un lado de la frontera como en el otro que poca gente lo solicita. Además de que tienes que cumplir con unos requisitos que como si tu abuelo, aun siendo oliventino, se ha tomado un café en un pueblo de Toledo la llevas negra para que te lo aprueben. Me contó que ella y sus ancestros cumplen con todos los requisitos de oliventinidad y que hace años que inició el trámite y aún no la tiene. Hasta ahí puedo contar.
Mientras estábamos de charla entró el mismo agente que estaba salvaguardando la integridad de los viandantes por el problema de las avispas furiosas. Le dijo que abriera la puerta lateral porqué empezaba a venir gente y poco menos que se jugaban la vida si accedían por la puerta principal. Así que la señora se puso con sus cosas y el agente nos fastidió la interesante charla. Salimos de la parroquia y seguimos paseando por el pueblo, sin rumbo fijo hasta que nos cansamos y volvimos dónde estaba Sabrina tomando el sol.
Nos adentramos en la península, abandonamos las tierras fronterizas que tanto me ha gustado recorrer en estos días y nos dirigimos a Mérida por caminos secundarios que no tienen ningún interés.
En Mérida nos topamos con la Semana Santa emeritense y los múltiples atractivos de la ciudad en estos más de 2.000 años; pero eso es otra historia.